31 diciembre 2009

HUMO SOBRE EL AGUA

A cinco años de Cromañón

“Los que van a recitales son todos unos descerebrados”. Algo así sentenció Omar Chabán a la hora de describir a sus clientes, el público de rock. Este fue uno de sus argumentos a la hora de explicar el por qué de la tragedia de Cromañón, pero debía sobre todo protegerse, por lo cual no vale la pena indagar en sus declaraciones. Lo que si me preocupa son las reflexiones que en estos últimos cinco años ha elaborado el resto de la sociedad, y sobre todo aquellos más cercanos al tema: músicos, periodistas especializados y gente del negocio del rock. No falta quienes ponen el acento en cualidades subjetivas (el hecho de que haya estado envuelto una audiencia “rollinga” lleva a su descalificación automática), aquellos que buscan un culpable puntual (el que tiró la bengala) y los que con mayor o menor tino pusieron la responsabilidad en las instituciones de la ciudad de Buenos Aires, los managers del local y la banda envuelta, Callejeros.

Acabo de ver el documental “Infierno en Cromañón”, exactamente a cinco años del incendio que provocó la muerte de alrededor de 200 personas, y no me sorprende que el cuadro haya sido presentado de forma incompleta una vez más. Por empezar, creo que debe subrayarse de qué se trató Cromañón. Representa, fuera de desastres naturales, el episodio en Argentina que más muertes produjo; uno de los incendios en un único local con mayor cantidad de víctimas a nivel mundial; un antes y después en el rock argentino. Como bien tituló una revista local: la mayor tragedia de nuestra generación.
En los últimos cien años, sólo la guerra de Malvinas lo supera en cantidad de víctimas en cuanto a jóvenes, incluso podemos hablar de mayoría de víctimas adolescentes en ambos casos. Y si bien todavía se puede encontrar en libros, una guerra no se explica porque a alguien se le escapó un tiro. Hay todo un contexto histórico social previo, y en este caso tenemos enfrente una concepción acerca de qué es la juventud, qué es el rock, qué imágenes sobre ello se comparten en esta sociedad.

El rock tomado como otra mercancía que se compra y se vende: Chabán explotaba esta veta, llenando sus locales con el artista que estuviera en demanda, sin importarle si era internacional o under, punk o heavy metal, incluso hasta había probado con una peña cuando estalló el último boom del folklore. Espectáculo que se realiza con la misma precariedad que cualquier otro, y más teniendo en cuenta el tipo de público, que podía bancarse un recinto que explotaba en su capacidad – como cualquier medio de transporte, por ejemplo – con instalaciones comparables a las de un baño público. Si el Estado se ausenta en tantos temas, no extraña su falta de compromiso hacia el cuidado de las condiciones en que se desenvuelve nuestra juventud en su tiempo de ocio. En un país donde el neoliberalismo llevó a la precarización del trabajo, la educación y la salud pública (por nombrar algunos de los derechos más básicos), el rock como espectáculo no podía salirse de esta trama y compartir carencias.
Antes del 30 de diciembre de 2004, salvo comentarios casuales, recuerdo pocas voces de quejas sobre las condiciones en que se realizaban buena parte de los conciertos de rock. De hecho, en cierta medida anticipé cuáles podían ser las consecuencias al confirmar que se conjugaban locales no preparados (cuando puse un pie por primera vez en Cromañón, noté lo inadecuado que era su diseño) con pirotecnia. En Hangar, por ejemplo, ese mismo año en un show de Motörhead una media sombra idéntica a la que ardió en Cromañón quedó cerca de las chispas de una bengala (recuerden que Lemmy a duras penas llegó a completar una hora de set). En otra ocasión califiqué de bochornoso un recital de Stratovarius en Cemento, donde vendían entradas por más que el público no alcanzaba a divisar el escenario. La repuesta de los organizadores fue prohibirme la entrada a sus eventos. De todos modos asistí a uno que ellos mismos realizaron poco después, Rhapsody en El Teatro de Lacroze, y hasta el día de hoy me pregunto como hicieron para triplicar (¿o cuadruplicar?) la capacidad para la cual hoy en día está habilitado ese local.

La mecha de la pirotecnia fatal se había encendido mucho antes. Algunas cosas cambiaron para bien en el último lustro como consecuencia de Cromañón. Quienes asistimos desde hace dos décadas o más a conciertos podemos dar cuenta de esas mejorías, pero nuevamente, no se distingue en muchos aspectos de todo aquello que lo rodea y lo nutre. No existe el mismo peligro que era habitual en los 70s y 80s de caer detenido por el hecho de reunirse con amigos de apariencia rockera, aunque la represión policial sigue patente, como lo demuestra el reciente caso del joven asesinado en el recital de Viejas Locas.
Ya cerca de los 40, no veo mejor salida a la hora de divertirme con amigos que ir a ver una buena banda. Cromañón nos mostró que esto puede transformarse en una catástrofe nacional, sobre la cual debe recapacitarse una y otra vez. Se debe exigir justicia, pero a falta de ella, nada mejor que tratar de darle a este hecho histórico una interpretación acorde a su magnitud. Tantas muertes inocentes (¿acaso hay víctimas no inocentes?) nos lo exigen.

30 abril 2009

TRES VECES JUAN

Una breve historia suburbana

Juan, Juan y Juan viven muy cerca. No se conocen, por más que realicen diariamente casi el mismo trayecto, una extensión en kilómetros muy similar. Desde la mañana, hasta el regreso a la noche (la madrugada del otro día a veces), completan ese movimiento pendular que realizan cientos de miles de personas que viven en el Conurbano, en dirección a la ciudad de Buenos Aires, por trabajo y estudio. Aunque ese viaje tiene una significación my distinta para ellos. Cada uno de ellos lo sufre, o lo vive o lo desestima. Pareciera que la distancia es una dimensión con distinto sentido según el caso.

Sabemos algo más de uno de los Juanes: tiene por segundo nombre Ignacio. Ese dato surge de aquellos que lo buscan durante su recorrido desde un country de Moreno hasta su oficina en Puerto Madero. Su esposa lo llama “Nacho”; al igual que otras mujeres. Sólo en el ámbito profesional, un estudio de abogados, lo llaman completando ambos nombres y el apellido. En su automóvil satisface a todos aquél que lo solicita por teléfono móvil, interrumpido apenas por las paradas para pagar el peaje. Es el único contacto que tiene con otras personas, aunque jamás levantó la cabeza para comprobar si realmente había un ser humano en ese puesto. Se abre paso a través de 40 kilómetros en 40 minutos, si bien ese jueves quisiera tardar un poco más, pues una amante potencial lo entretiene con una prometedora charla.

Juan también atiende el celular, aunque no ve la hora de llegar a destino, agobiado por el monocorde galope del tren. En la estación terminal del ferrocarril, Moreno, se agolpan desde temprano rostros somnolientos que de forma mecánica suben y se tropiezan entre ellos buscando una ubicación. El recorrido es de una hora, que se alarga entre retrasos e imprevistos. Tan reiterados, que Juan está convencido que jamás tardó 60 minutos hasta la cabecera, por más que regularmente suela darse. No mira el paisaje, ya lo conoce de memoria, la ventanilla no le ofrece entretenimiento ni novedad alguna.

El otro Juan viaja en el mismo tren, en un vagón destinado a bicicletas. Es joven, aunque aparenta más años de los que tiene. En realidad, es un adolescente con gestos de adulto, que delata su verdadera edad sólo cuando habla. A diferencia de Juan, no le molestan los retrasos de la línea. De hecho el viaje es en sí mismo su forma de ganarse la vida. Reparte estampitas y tarjetas entre los pasajeros, hasta recolectar una cantidad de monedas que considera suficiente. Hasta hace un par de años atrás se dedicaba al cartoneo, que debió resignar cuando fueron anulados los convoyes destinados especialmente para quienes llevaban sus carros hasta las zonas céntricas. Para evitar complicaciones, junto a otros chicos de su edad se reparten el tren en esta actividad. Los conoce bien, los considera su familia. Tenía un celular, aunque lo vendió hace unos meses para satisfacer necesidades más inmediatas. No pierde por ello la esperanza de recuperarlo, e incluso pretende un mejor modelo.

De regreso a Juan, el que viaja fastidiado, no sufre más que desencantos prendido a su aparato electrónico. Promesas que se cancelan, negativas y proyectos que caen. Llegó a tener un trabajo de tiempo completo, no duró más que unos meses, igualmente otras posibilidades surgieron desde entonces, todas inestables, todas precarias. Juan le extiende un cartón colorido con un perrito y un corazón, poca atención le presta enfrascado en su preocupación. Llega media hora más tarde de lo previsto, y peligra una posibilidad laboral que ya de entrada tenía pocos visos de éxito.

Estos dos Juanes se cruzaron muchas veces con Juan Ignacio. Lo miraron, aunque no lo vieron. Los vidrios polarizados se interpusieron, si bien poco les interesaba conocer la cara del chofer. En ambos, una expresión de envidia se formó automáticamente cuando los tapó la polvareda originada por la veloz marcha del auto. “Pensé que a esta edad podía llegar a tener uno así”, aseguró el primer Juan a sus amigos; “¿cuánto valdrá ese fierrazo”, se preguntó para sí Juan, el segundo. Uno de cada lado de la ruta, cruzaron sus pensamientos imaginando el lujo que acompañaba al dueño.

Juan y Juan compartían la panadería, el kiosco, y todo lo que formaba el barrio. Al primer Juan ese vecindario le quedaba chico (nunca le gustó, lo tenía en claro), y solía ir hacia el shopping del centro de Moreno para distraerse. Cada vez lo hacía más espaciado, pues no podía costearse los precios de los locales de comidas rápidas, y el cine se le tornó lejano. Entonces recurría a los DVD´s piratas, que Juan, el más joven, también compraba en el mismo local (verdulería a la vez), aunque sin la resignación de su tocayo. Jamás se le ocurrió ir al shopping, el personal de vigilancia lo alejaría de inmediato al verlo con “esa pinta”. No se puede ir si uno no tiene la apariencia de consumir lo que observa. Además le dolería mirar las vidrieras sabiendo de antemano que todo le quedaba lejos. En otra época no era así, recuerda (no llevaba cuenta de los años, de todos modos no debió haber sido hace mucho).

Juan, el del celular, está al borde de la desesperación. Tomó la decisión de vender algunas herramientas, jugándose por los trabajos que menos la precisan. Estos comenzaron a escasear, y tras dos noches sin dormir, tomó una decisión. Al día siguiente era viernes, estaba por cumplir 21, y se cumplió el plazo que se impuso a si mismo, desilusión tras desilusión.

Juan, el de las estampitas, ahorró algunos billetes, los suficientes para recuperar ese artículo que los adolescentes de su edad ostentan en todos los colores. Sabe de un vecino, cruzando la ruta, que los vende de segunda mano, probablemente robados. Juan, el que está a punto de considerarse definitivamente desempleado, también debe cruzar ese maltratado camino. Siente vergüenza, por eso lo hace de noche, para conseguir un carro con el cual juntar cartones y diarios. Piensa rumbear para la misma metrópolis donde se desempeñaba como profesional, ahora como cartonero. El anonimato que suele dar la gran ciudad lo consuela, no le gustaría ser reconocido.

Juan cruza con entusiasmo el asfalto, ansiando satisfacer su capricho (muy importante para él). Juan lo ve venir, y desconfía, prefiere esperar, la hora no es la ideal para encuentros con gente de talante sospechoso. Ese estado de alerta le permite divisar el lujoso auto negro que ya había admirado en ese mismo punto. El Juan que está en el medio del recorrido, no adivina que Juan Ignacio viene de una jornada larga, sin dormir, pues su nueva amante lo requirió hasta la madrugada. Y con ella discute, con el celular apoyado sobre el hombro. Sin reflejos, deshace el cuerpo y los sueños de Juan. No le interesa ver que pasó. Su especialidad son los accidentes viales, y sabe como es esto. Es muy fácil perder mucho dinero e incluso la libertad, si del otro lado hay un abogado ambicioso como él. Si es alguien de ese barrio, es poco probable que tenga un buen asesoramiento, llegó a sospechar. Pero si es de ese barrio, tampoco debe haberse perdido gran cosa, se convenció, y aceleró. No estaba muy lejos su country, ya asomaba el murallón que lo delimitaba.

Juan fue el único testigo. No porque estuviera solo cuando ocurrió el accidente, sino porque dos o tres vecinos, al constatar que la víctima era aquél pibe que solía cartonear, se alejaron una vez satisfecha la curiosidad. Juan quiso llamar a algún servicio de emergencias, lo que se le hizo difícil sin su celular. Ya lo había vendido (otra decisión que casi le arranca lágrimas), y con ese dinero iba por su nueva herramienta de trabajo en ese momento.

Miró a Juan a los ojos – ya apagados -, sintió una pena profunda por ese muchacho para él desconocido. En realidad, ese rostro lo había visto decenas de veces, sin llegar a memorizarlo, había sido invisible para él. No lo reconoció, por más que hubiera sido compañero de viaje por mucho tiempo, y vecino desde hacía más. Por unos días cambió su semblante, a la hora de conciliar el sueño dio vueltas como nunca, no podía dejar de reflexionar sobre lo ocurrido. El hecho fue como una Epifanía para Juan. Comenzó a relacionarse más con la gente del barrio desde entonces, al cual sintió por primera vez como su propio espacio. El viaje cotidiano pasó a ser algo más que salir de un origen para llegar a un destino. Con su carro tenía un contacto distinto, continuo y de igual a igual, con quienes se cruzaba en las calles de tierra. Así, algunas semanas más tarde, supo quien era el chico muerto en la ruta: “pobre Juan, tenía mi mismo nombre”. Lo que jamás supo, es que a partir de ese día, él, Juan, pasó a ser aquél mismo Juan.

11 marzo 2009

EL ÁNGEL DE LA HISTORIA

Millones de millones y una tempestad llamada progreso

No hace mucho tiempo, mientras traducía unos artículos sobre economía de la India, me encontré con que no sabía como escribir cifras en billones (un billón equivale a mil millones según se estila en los países de habla inglesa, un millón de millones para nuestro idioma). Al parecer nunca lo había hecho, dudé sobre si debía hacerlo sólo en números o combinándolos con letras. Aunque sobre todo, me costaba darme una idea de tal cantidad, sea en dólares, sea en toneladas, o cantidad de habitantes. Es mucho. Mucho dinero, mucho esfuerzo, puesto por mucha gente que trabajó duro. Muy duro. Y que vive bajo el límite de la pobreza. En condiciones que no nos imaginamos, y sobre todo, en una magnitud casi incomprensible. Son cientos de millones (un dato: según informes de la ONU, existen más de 700 millones de pobres viviendo en las zonas rurales de la India). Y ya sean miles o millones de millones, llega un momento en que observar cifras pierde sentido. Pues estas cifras con tantos ceros sirven asimismo para referirse a las ganancias anuales de la gran potencia que hoy en día es India, de donde además surgió una empresaria que fue nombrada como la más poderosa de 2006. Un gran país en crecimiento, con una notable desigualdad en su interior. Polarización, como lo llaman en la actualidad, la misma que podemos contemplar a la vuelta de la esquina.


La idea de progreso caló tan fuerte en la modernidad occidental, que toma décadas para que la humanidad se atreva, en acotadas problemáticas, a dudar de esa creencia que promete su recompensa en el mismo infinito. No fue hace mucho que el hombre aprendió que debía anteponer la supervivencia de su planeta y de los demás seres vivos que lo comparten al fin incuestionable del desarrollo científico y tecnológico. El progreso era como una nave que se alimentaba de sus propios pasajeros. Debía continuar hacia delante, no importaba el costo, por más que el bienestar moral y espiritual estuvieran originalmente en la lista de principios rectores. Si bien demasiado tarde, se concluyó que la vida en la Tierra peligraba durante el empecinado avance. Y ballenas y osos pandas salvaron su vida. Pero aún está costando reconocer que este recorrido no puede continuar consumiendo la dignidad de una gran mayoría, que sufre por la felicidad de tan pocos.

Ya no hay países ricos ni países pobres. En todos se observa ese gran contraste, donde por las avenidas circulan autos y camionetas que valen lo mismo que una casa, mientras cientos de miles de personas utilizan cartones como vivienda. No es una situación nueva, pero lo preocupante es la naturalidad con que se acepta este cuadro que se repite en Buenos Aires, São Paulo, Bombay o New York. Tantos siglos de avance ininterrumpido, y apenas nos escandaliza ver a seres humanos comiendo de la basura. Se salvan de la quiebra bancos y multinacionales con aportes en billones de dólares, cuando con ínfimos porcentajes de esas fortunas se le otorgaría una vida digna a quienes ya no tienen chance alguna de revertir su situación. Pero el objetivo es macro: salvar un sistema. De la misma manera, la economía de India no para de crecer; no importan las consecuencias.

La ideología del progreso ya fue puesta en cuestión hace más de un siglo, y sobre todo con las guerras mundiales del siglo XX. Walter Benjamin, quien vivió el horror de ambas, nos dejó en “La dialéctica en suspenso” una inmejorable imagen de ese progreso que viene arrasando con las expectativas de un verdadero mundo mejor. Esta descripción es tan conmovedora, pero sobre todo tan actual, que podríamos caer en la errada conclusión que es atemporal. La historia siguió su curso desde entonces, el capitalismo justificó conflictos mayores y atravesó nuevas crisis, las cuales se vienen apaciguando con el sufrimiento de millones de personas. En una escala sin precedentes, el progreso se devora nuestros sueños. Antes que paralizarnos por el temor hacia nuevas calamidades, dejemos que el arte nos aporte un marco de racionalidad.

“Hay un cuadro de [Paul] Klee que se llama Angelus Novus. En él está representado un ángel que aparece como si estuviese a punto de alejarse de algo que mira atónitamente. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, abierta su boca, las alas tendidas. El ángel de la historia ha de tener ese aspecto. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros nos aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado. Pero una tempestad sopla desde el Paraíso, que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Esta tempestad la arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Esta tempestad es lo que llamamos progreso”.

31 marzo 2008

PRESENTACIÓN DEL LIBRO MUNDO GÓTICO

Para los que no lo vieron en directo, me encuentran en YouTube

Hablar en público no es fácil, me imaginaba, y si bien tengo experiencia en radio y la práctica docente ya me templó para esto, estaba bastante entusiasmado/inquieto con el lugar que gentilmente me dieron en la presentación de “Mundo Gótico”. Por haber realizado el capítulo dedicado a la música, César Fuentes Rodríguez me ofreció un espacio de cinco minutos en el festival de cultura gótica Gargoland, donde se dio a conocer en sociedad al libro de su autoría, que hace poco tuvo edición nacional luego de ser lanzado originalmente en España.

Estaba algo intrigado ante la situación unos días antes, ya que es muy distinto a hablar al micrófono de una radio, donde la intimidad del estudio disimula el hecho de que puede haber un millar de personas atentos a las palabras de uno. Aunque el único miedo era presentarme ante un auditorio vacío, por lo que fue un alivio el que hubiera una respetable cantidad de personas a pesar de ser el primer evento, a una hora temprana y con una tormenta desatándose en la ciudad. Había calculado que hablaría sentado, por lo que podría usar de forma disimulada un ayuda memoria que preparé para no extenderme en mi tiempo. Pero me encontré con que tenía que “pasar al frente”, y ante la duda hice uso del machete, por más que se hacía incómodo en esa posición. Sergio Marchi, experimentado periodista musical, ofició de presentador, y me reconfortó al asegurarme que había salido bien lo mío. Juzguen ustedes mismos, aquí van los links (yo aparezco en el del medio), donde también pueden disfrutar de la amena charla de César.

Mundo Gotico 1/3 http://www.youtube.com/watch?v=nZDR6vwQ9IU

Mundo Gotico 2/3 http://www.youtube.com/watch?v=Nwd_GMTl_wg

Mundo Gotico 3/2 http://www.youtube.com/watch?v=C-QAw_ekpYQ

De paso les comento que recientemente salió el último número de la revista Rock Brigade, de cuya versión en castellano me encargué durante más de cuatro años. Viene con un amplio retraso, no me culpen si las secciones de noticias y de comentario de discos y shows ya perdieron interés y actualidad. Siempre tuvo sus dificultades llevarla adelante, y desde hace un tiempo que dejé de asignarle prioridad al enorme esfuerzo que significaba preparar todo el contenido de los textos. Junto con Andrea, la diseñadora, prácticamente éramos las dos únicas personas a cargo. No soy responsable de que deje de salir, aunque ya había considerado la decisión de bajarme de tal empresa.

Mientras tanto sigo contribuyendo en Maelström, y ya aparecieron notas mías en Requiem, el principal medio con la cual voy a colaborar de aquí en más. De esta manera vuelvo a trabajar con César, así como comparto la columna de staff con viejos conocidos de los entrañables días de Epopeya y Editorial Llamoso: Astro, Javier Izurieta, Blackie, Martín Brunás, Roxana y Paola. También en estos días sale una nueva edición, les paso más links para que estén al tanto.

http://www.requiemweb.com.ar/

http://descent-into-the-maelstrom.com/

Ya tienen bastante para leer de lo que escribo, sé que hay gente que se interesa mucho por este material y se toma la molestia de conseguirlo y leerlo. Les recomiendo el libro de César, no tanto por mi aporte, sino por todo lo que pueden aprender de la cultura gótica y afines.

Un gran saludo en esta ocasión para mis amigos de Aries. Es un signo con el que tengo una relación muy especial, y a pesar de que se hace difícil verlos, Estela, Laura y Javier saben que siempre me acuerdo de ellos; y sé que ellos me tienen en cuenta.

Exequiel

31 enero 2008

DE VIAJE POR LA PROVINCIA QUE UNA VEZ ARDIÓ

Azúcar amargo y un jardín con espinas en Tucumán

Se la conoce como el “Jardín de la República”, y bien merecido tiene el mote si nos adentramos en sus paisajes. Todo aquél que pase por la ciudad de San Miguel de Tucumán tiene una pasada obligada por la “Casa de Tucumán”, ya que inmediatamente se vincula el nombre de la provincia con los hechos de 1816. Y en sus monumentos y paseos uno encuentra constantes referencias a políticos y militares de gran peso en la historia nacional, tal el caso de Alberdi, Avellaneda y Roca. Aunque en esas mismas plazas y estatuas pareciera que la historia tucumana apenas alcanza a arañar el siglo XX. Lola Mora, solitaria, se escapa a la celebración decimonónica (si bien en el siglo XIX transcurrió su creativa juventud). Tucumán es presentada dentro de la vitrina de una sala colonial, que se adentra en la década revolucionaria, nos señalan el sitio donde fue expuesta la cabeza de Marco Avellaneda, pero se soslaya la rica e intensa historia del siglo pasado. ¿Qué se está obviando de lo ocurrido hace poco más de tres décadas?

A fines de la década de 1960 tuvo lugar la experiencia artística-política conocida como “Tucumán arde”. En ese momento crucial de la historia universal donde los movimientos estudiantiles arrasaban las principales ciudades con consignas anti-sistema (el Mayo francés, la Masacre de México), estaba claro que los sectores de vanguardia debían no sólo interpretar la realidad, sino intervenir en ella. En Argentina, la inserción de los artistas en una “cultura de la subversión” implicó la denuncia de la verdadera situación de la provincia, que sufría el programa dirigido por el gobierno militar de Onganía denominado “Operativo Tucumán”, donde se presentaba como “modernización” a un sistemático cierre de pequeños ingenios azucareros (la principal actividad económica) en contubernio con capitalistas extranjeros. De manera ingeniosa se anticipó la muestra empapelando Rosario y Santa Fe con carteles con la palabra “TUCUMÁN”, y días antes del comienzo, se agregó “ARDE”. En noviembre de 1968 en la sede de la CGT de los Argentinos (la combativa central obrera liderada por Raymundo Ongaro) de Rosario, se inauguró este movilizador proyecto que dio a conocer el empobrecimiento de Tucumán y la paupérrima situación de los trabajadores, señalando a sus responsables. Cada cierto lapso de tiempo se cortaban las luces simbolizando la muerte de un niño tucumano, y se servía café amargo entre los asistentes en alusión a la crisis de la producción azucarera en esa región. Los medios oficiales, a los cuales se desmintió con la información recogida para la muestra, mientras tanto seguían mostrando una publicidad en la que aparecía una hermosa joven morena con el epígrafe "Esta chica tiene azúcar". “Visite Tucumán, jardín de la miseria”, era en cambio una de las consignas de Tucumán Arde. Cuando se intentó realizar esta misma experiencia en Buenos Aires, apenas duró unas horas, tras ser clausurada por el régimen dictatorial.

El arte no sólo había salido del marco institucional del museo, sino que los artistas involucrados concluyeron que las acciones colectivas y violentas de la creciente movilización popular (en mayo de 1969 tendría lugar el Cordobazo), eran el lugar de la lucha política.

La larga tradición de huelgas y movimientos obreros y sociales en Tucumán, llevó a que fuera la provincia elegida para poner en práctica los métodos represivos que a nivel nacional implantaría el siguiente gobierno de facto. Con la excusa de “aniquilar” a la guerrilla que se había instalado en el monte tucumano, bajo el gobierno constitucional de María Estela Martinez de Perón se implementó el Operativo Independencia. En él se le dio al ejército la total autonomía para desarrollar las acciones, y en conjunción con la gendarmería y las policías federales y provinciales, se militarizó el territorio de la provincia más chica de Argentina con miles de efectivos, que se dedicaron a reprimir a los sectores populares, instaurando métodos tristemente conocidos en nuestro país: la instalación de campos de concentración, secuestro y tortura de personas, asesinatos selectivos por militares y grupos paramilitares que ya habían sido entrenados bajo el accionar de la Triple A. Su principal objetivo no fue la organización político militar PRT-ERP (que ocupaba un sector cuyo superficie no justificaba tal movilización), sino obreros cañeros, estudiantes, profesores y activistas sindicales. Se fraguaron decenas de combates con cadáveres de jóvenes que habían sido detenidos varios días antes, torturados y asesinados. La inmensa mayoría de los operativos se llevaron a cabo de noche, en zonas liberadas donde actuaron decenas de hombres armados y encapuchados, con las luces del alumbrado público cortadas. La guerrilla fue derrotada, aunque en realidad, los militares encargados del operativo (Acdel Vilas y luego Antonio Domingo Bussi) se sintieron satisfechos al realizar una eficiente represión de las bases de los movimientos sociales y de las agrupaciones político-militares. Para ello no escatimaron en violencia y sadismo.

Referencias a todo esto es difícil encontrar en una visita turística a Tucumán. Tan sólo pasé por el camino que bordea el jardín de la memoria realizado por la Universidad Nacional de Tucumán (que tuvo un altísimo porcentaje de víctimas en estos hechos), ante el cual el guía se limitó escuetamente a comentar que fue hecho en recuerdo de “lo que había pasado durante la dictadura”. Afortunadamente una gran cantidad de personas se encuentra estudiando y denunciando lo sucedido en el Operativo Independencia, como el Grupo de Investigación sobre el Genocidio en Tucumán, y una Comisión Bicameral investigó estas violaciones a los derechos humanos. Aunque para los museos y muestras que visité, en Tucumán poco hubo luego de una plácida siesta colonial y lo que vino luego en el siglo XIX. Tengamos en cuenta que no hace tantos años fue elegido de forma democrática Bussi como gobernador, conocido también como “el loco jardinero”, por su obsesión por las flores, además de la de arrasar contra todo aquello que estuviera en contra de los valores “nacionales” y “cristianos y occidentales”. En realidad, ayudó a implantar el neoliberalismo a sangre y fuego, y abultó su cuenta secreta en Suiza con los fondos de los sectores acomodados tucumanos a quienes salvó de la “subversión”.

Planeaba contar más de mis últimas vacaciones, pero no pude resistirme a esta reflexión. Como siempre que voy hacia el Norte argentino, me encontré con una buena predisposición casi inexistente en Buenos Aires, comí empanadas, tamales y humitas hasta el hartazgo, me llené la vista de verdes cerros (la ruta a Tafí del Valle es una vertiginosa serpiente), casi me arrastra la crecida de un río, y me asombré con vacas que escalaban un cerro de una forma que no me imaginaba. Un gran gracias a quien me brindó toda su generosidad (sabés quien sos) y me apena por quien no me encontró a pesar de haberme hallado (vos sabés qué es lo que no querés ser). Planeo volver en algún momento, me queda mucho para conocer de su gente, su historia reciente y todas esas cosas que no se difunden cuando se habla de este hermoso jardín.

Exequiel

30 noviembre 2007

¡ES RE IERTÍO!

Filosofía con otras letras

Hace unos meses noté que había resucitado la revista Fierro, y no pude resistir la tentación de llevarme un ejemplar del kiosco de la estación de Ituzaingó. Todo un símbolo tanto de la historieta en Argentina, como de esa movida cultural que floreció en los 80s, burlándose de los oscuros años de censura de la década anterior. Basta ver las sugestivas tapas, con tonos que decantan en lo oscuro y enigmático o con un dejo erótico, para identificar inmediatamente ese particular estilo, que por mi parte lo tengo presente pues tengo atesorados algunos de los primeros ejemplares. Encontré a viejos conocidos, como El Tomi, Tati, Rep, Breccia y Max Cachimba, junto a otros que descubrí recientemente en otros medios. El sábado pasado ordené mi biblioteca, y aparecieron también la Escorpio, El Eternauta en formato folletín (lectura obligatoria), y otros libros de comics que ya se acercan a los quince años de antigüedad. Y ahí caí en la cuenta lo olvidado que tenía este material. Lo cual no es necesariamente un signo de adultez.

Mientras viajaba en el tren, no pude dejar de reírme con mi ejemplar de Fierro. Acostumbrado a lecturas más “serias” a lo largo del año, me sorprendí a mí mismo con una sonrisa en cada tira. La irreverencia, la desfachatez y el espíritu iconoclasta de los autores me hicieron volver a una época en que buscaba atrapar lo no-convencional, tanto en música (algo que continúo practicando) como en letras. Puedo encontrarlo en otro tipo de literatura, aunque el formato del comic se nutre de una libertad y osadía desprovista de grandes pretensiones. Mediante dibujos a veces toscos, de escasas líneas y referencias crípticas; con una profundidad que el prejuicio puede pasar por alto.

Lovecraft, la última dictadura, los infaltables policiales, y mucho, mucho absurdo convergen en líneas impagables. Basta ver los títulos: “Ana, un mosquito y el enano”, “El Síndrome Guastavino”, “Té de Nuez”... ¿Y qué puede uno hacer ante personajes como un enano al que le crecen tetas si fuma un Chesterfield, Juanito pagando en el kiosco con billetes de 1,95 australes o una remake de Pelopincho y Cachirula más cínica que el original? Simplemente salir de lo estructurado y dejarse llevar por una sucesión sin sentido (o con mucho) de cuadritos, que nos dicen que el abecedario no empieza en A y termina en Z.

Antes del viaje que la introdujo en su adolescencia, Alicia se preguntó: ¿Y de qué sirve un libro que no tiene ni dibujos ni conversación? Luego de tal experiencia, mucho no debe haber cambiado su razonamiento.

Exequiel

26 septiembre 2007

Cumpleaños

Las estrellas se alinean en signos a mi favor
Estallan fuegos y cometas benignos
No más eclipses, reinará rojo el Sol.

Luz del alba, ansiosa a surgir
Quemará sombra y bruma rastrera
Y Mercurio en su viaje, resurrecto al fin.

Libra reina, se equilibra el porvenir
Ya estoy en la senda anual que guía
Mi fortuna e ideas, y la sangre, en su buen latir.

Hoy es mi cumpleaños, 35 años, pasó mucho, resta lo mejor.

31 marzo 2007

SALUZZI, MONTAÑAS Y MUSEOS

La aguja marcó el Norte, hacia allí fui

El verano se me hizo largo este año, abarcó desde fines de octubre hasta hace un par de semanas. Lo cual sería una bendición, me encanta esa estación, pero me estoy refiriendo a toda una etapa de trabajo, con apenas un intervalo para las fiestas de fin de año. Recién cuando el calor se estaba cayendo del calendario, me tomé una merecida semana de vacaciones, y realicé mi ya varias veces postergado viaje a Salta. Por supuesto que valió la pena, y hay muchas cosas para contar y compartir.

Me gusta viajar al interior, tanto para que los paisajes dejen de ser postales, como para experimentar otra forma de encarar el día. No me refiero a descanso, una semana no compensa meses de marcha agobiante bajo el sol de la ciudad y cientos de kilómetros acumulados en decenas de líneas de colectivos urbanos. Aunque el solo hecho de estar en un lugar distinto, con otro aire, me predispone enormemente. Tengo que armarme de paciencia, lo admito, si bien al final me cae simpático el ritmo pueblerino de la mayoría de las ciudades alejadas del conurbano bonaerense. Por más ajetreada que se muestre Salta como ciudad, no escapa a la siesta obligatoria, lo cual se ve en los horarios que manejan: a la hora que en Buenos Aires todos están escapando hacia sus hogares, de regreso de sus actividades, allí el centro alcanza su pico de movimiento, hasta pasada las 21 hs.

Aquí bien vale intercalar una conocida anécdota del antropólogo Levi-Strauss, quien realizó buena parte de sus estudios en Brasil. Tuvo la idea de llevar a uno de sus informantes, un aborigen del Amazonas que hablaba francés, a Nueva York, para ver como eran sus reacciones en ese ambiente. A este nativo no le llamó para nada la atención los rascacielos, el tránsito ni las multitudes, como podría esperarse. Tan sólo dos cosas captaron su interés: las bolas de bronce al final de los pasamanos de las escaleras, y una mujer barbuda que vio en un circo. Estos elementos lo remitieron a su cultura, por lo que Levi-Strauss llegó a la conclusión de que toda cultura es una rejilla que permite ver cosas e impide ver otras, que son desechadas.

Esto mismo sin dudas me sucede, por eso las apreciaciones de arriba sobre la ciudad y sus movimientos. En el mismo sentido, son habituales las comparaciones de otras personas que viajan desde Buenos Aires, aunque también de otros puntos del país, que los lleva a la confirmación de que donde viven es el lugar ideal. Ni hablar de quienes al arribar desde unas vacaciones en el extranjero suspiran aliviados, o incluso aplauden cuando el avión está por descender cerca de su hogar. Lamentable. Todo lugar es distinto, y si uno no sabe apreciar las diferencias, está cometiendo el mayor acto de ignorancia de todo viajero: despreciar la diversidad y pasar por alto lo que es único e incomparable.

A mis amigos cercanos les voy a relatar mi viaje mostrándoles las fotos, aquí sólo voy a resaltar tres experiencias. No tengo como paisaje cotidiano las montañas, por eso me quedo maravillado cada vez que me acerco a ellas. Y si esos cerros son los del camino a Cafayate, podría pasarme días enteros simplemente contemplándolos. Cada montaña con sus rocas de colores característicos parece expulsada violentamente desde el interior del planeta. Eso es de hecho lo que ocurrió, en el transcurso de millones de años, sólo que aquí pareciera que fue hace unos días que emergieron con furia y majestuosidad. Las amenas y didácticas intervenciones del guía de la excursión, Juanjo, ayudaron a apreciar ese recorrido de ruta único. Lejos de quedarse en señalar las curiosas formas que adquieren las rocas al ojo humano, estaba bien al tanto de los movimientos orogénicos y epirogénicos que modelaron ese relieve de fantasía. La visita a las bodegas no me apasionaba en demasía en un principio, aunque sirvieron para aprender como es el proceso de fabricación del vino en la actualidad, y como lo era en el siglo XIX. Ya puedo vanagloriarme que sé más que Tara Reid del tema (y tomando menos): anoche vi como cometía el error de afirmar que el vino rosado sale de la combinación de uvas oscuras con uvas blancas.

La ciudad de Salta tiene una extensión respetable, aunque alguien acostumbrado como yo a caminar todos los días bien puede animarse a recorrerla a pie de una punta a otra sin problemas. Por eso me causaba gracia la apreciación de la distancia que allí tienen, al asegurar que tal lugar “está lejos”, cuando en realidad se encontraba a una docena de cuadras. Esto tiene sus ventajas, ya que en un radio muy corto se encuentran una gran cantidad de museos. Lamentablemente no todos se encuentran en el estado que merecieran, y se repiten las carencias en cuanto a iluminación, referencias y ausencia de piezas. Por supuesto que la falta de presupuesto bien puede suplirse con la buena voluntad. El Museo de Arqueología de Alta Montaña presenta una valiosa colección, centrada en la Reina del Cerro, una niña ofrecida a las divinidades incas, cuyos restos tuvieron un particular recorrido hasta finalmente ser expuestos con respeto y cuidado en este museo. También se encuentra el ajuar de otros tres niños que formaron parte de esta festividad de la Capacocha, aunque todavía no están en exposición, lo que limita la intención de esta muestra. Por otro lado, Pajcha, museo de arte étnico americano, resultó todo un hallazgo, gracias sobre todo a la buena predisposición de sus directores y personal.

A diferencia de los otros museos provinciales o municipales, no se encuentran huecos o desórdenes en las piezas, y si en cambio una muy cuidada colección que abarca desde la orfebrería de los araucanos hasta los tejidos mayas. Me pasé allí varias horas, no porque tenga una multitud de salas, sino porque fui recibido con una gran amabilidad por quienes están a cargo de él, que despejaron muchas de mis dudas sobre la muestra y me brindaron nuevas pistas sobre cómo apreciar las producciones artísticas del continente, tanto de la época colonial como de la actualidad. Lo exhibido se alejó así de ser “restos materiales” de seres humanos pasados o lejanos, para convertirse en una viva manifestación, que los hace hablar con gran expresividad. La cuota extra de cariño por lo que a uno le apasiona dio los frutos en este recomendable museo.

Lo había conocido recientemente, aunque sólo por lecturas, y resultó que la última noche de mi viaje se presentaba en un concierto gratuito en la inauguración del centro cultural que lleva su nombre. Me refiero a Dino Saluzzi, reconocidísimo bandoneonista salteño, admirado por músicos, críticos y público de todo el mundo. Tal como Piazzolla, lleva a su instrumento a variadas texturas a partir del tango, colocando el acento en el folklore, si bien también en el jazz. Aunque el aprecio que recibe en el exterior es inversamente proporcional al conocimiento de su obra en nuestro país (cuando le comenté a un taxista lo concurrido que había resultado el recital contestó: “cuando viene alguien de afuera siempre se llena”). Los edificios del antiguo matadero de la ciudad resultaron en un cordial ambiente para el espectáculo; todavía se ven los aparejos de donde se colgaban las reses. Esta fue una de las raras ocasiones en que a Saluzzi se presentaba en su provincia natal, e incluso en el país, lo que dio pie a la broma de iniciar sus comentarios en inglés, remarcando así la falta de costumbre de dirigirse a un auditorio local. Con integrantes de su familia en guitarra, saxo, flauta y bajo, el habitual percusionista (casi de su familia) más una violoncellista invitada, el set de dos horas resultó la mejor introducción a este talentoso músico, del cual prometo indagar más en lo que respecta a sus composiciones.

No puedo dejar de mencionar las humitas y tamales, de las cuales disfruté como para aguantar hasta la próxima ocasión. Hay razones para repetirlo. Naturaleza generosa más la amabilidad de las personas, son la combinación ideal que hacen especial un viaje.

Exequiel

08 enero 2007

“1984”, TRECE AÑOS DESPUÉS

La lucha por el pasado, el interés por el futuro

Los kioscos de diarios y revistas de Buenos Aires son muy tentadores. No me refiero a las publicaciones para adultos que ganaron las mejores ubicaciones, con sus provocativas modelos al frente. Uno puede encontrar enciclopedias de arte y de historia antigua, colecciones de CDs de jazz y blues, libros sobre intelectuales de izquierda (si bien me decepcionó el volumen que compré dedicado a Santucho) y revistas especializadas en diversos temas históricos, sociales y periodísticos, además de las habituales de divulgación. No faltan los “clásicos”, a precios menores de $ 10, y el mes pasado me puse a revolver entre surtidos títulos para llevarme “1984”, de George Orwell. Lo había leído, prestado por un amigo, una década y pico atrás, y unos años después fui enterándome de algunas cuestiones que explican el propósito con que fue escrito.

En ese entonces no estaba al tanto del Estado totalitario soviético bajo Stalin, al menos de los elementos puntuales que parodia “1984”. El objetivo político de Orwell era advertir sobre la calamidad que representaba una dictadura como la de la Unión Soviética en esa etapa, que llevó a la muerte de millones de personas, traicionando los más dignos ideales. Tampoco identifiqué al personaje de Goldstein con Trotsky, ni conocía en detalle los avatares y el rumbo que había tomado la Revolución Rusa desde 1917 sobre los cuales se basa el relato. Aunque si me habían impresionado algunas cuestiones que desde joven invariablemente me siguen conmoviendo. La censura y la falta de expresión, hasta llegar al aniquilamiento del pensamiento propio, y el control permanente de toda actividad por parte de las instituciones del Estado. La historia del libro me pareció una profética metáfora sobre el rumbo que toma un mundo donde la vigilancia continua y la persecución son posibles. Y el otro aspecto que me llamó la atención es la manera en que mostraba como se puede reescribir la historia, para beneficio de la clase gobernante.

El pasado de “1984” había sido alterado, y continuamente se lo manipulaba: “Bien podía ocurrir que todos los libros de historia fueran una pura fantasía”. El protagonista, Winston Smith, tiene la certeza de que la historia que le cuentan es una falsedad total, por más que no recuerde su propia infancia. Sabe que los documentos que podrían atestiguar ese pasado van a parar al “agujero de la memoria”, donde son incinerados, para ser reemplazados por otros, y estos mismos a su vez serán rehechos en algún momento, una y otra vez. Este dominio para falsificar el pasado intriga intensamente a Winston, quien busca la razón última de esa incesante tarea: “Comprendo CÓMO: no comprendo POR QUÉ”, escribe en su diario.

Al comenzar mi carrera, esta operación del control de la historia se me apareció de forma evidente en muchos ejemplos. Pero no hace falta estudiar historia en la universidad para inquietarse con esta posibilidad, como bien lo demuestra las preguntas que surgen últimamente entre lectores no especializados, en especial acerca de historia argentina. Autores dedicados a un público más amplio (por otra parte, mirados con poco entusiasmo por el sector académico), plantan dudas en sus obras acerca de lo que solían ser verdades inamovibles. Se reivindican a personajes históricos relegados y se cuestionan a los próceres del panteón nacional, en una siempre bienvenida preocupación sobre los orígenes de nuestra sociedad.

En realidad todavía no leí a Pigna, aunque algunas de los planteos que le conozco me parecen interesantes, a Lanata lo prefiero hablando de otros temas, mientras que Pacho O´Donnel me parece pueril. De todos modos en algunos aspectos no están tan lejos de otros autores con los cuales sí estoy familiarizados, y que se hacen preguntas que cuestionan a la historia tradicional diseñada por Mitre, tantas veces repetida en las escuelas. Generan interrogantes cruciales sobre nuestro pasado, pues las respuestas pueden dar una nueva consistencia a ese suelo que nos parecía tan firme. Por ejemplo: ¿Qué lugar ocupan los sectores populares y subalternos desde la época colonial? ¿Los sectores conservadores se vieron amenazados desde el inicio mismo de la Revolución De Mayo por propuestas radicales, realmente revolucionarias, si bien lograron exocizarlas a tiempo? ¿El siglo XX vio una constante lucha en contra del modelo hegemónico cultural y político imperante en cada una de sus diferentes etapas? Una Historia Argentina con estos antecedentes lleva a que los movimientos populares actuales sean una lógica consecuencia y continuación de los anteriores. Si esto fuera así, los ideólogos de derecha (tan obvios a veces, levemente camuflados en otras ocasiones) se verían en problemas. No podrían sustentar su discurso donde la inmovilidad es la constante y se apela a un orden que nunca pudo consolidarse en realidad, o necesitó de grandes esfuerzos para imponerse. Así es, la historia es una herramienta política.

El mundo de “1984” nos muestra un manejo extremo de la historia. En el caso soviético, Stalin manipuló fotos y otros documentos, para reconstruir a conveniencia su rol en la Revolución, tal como lo hace El Gran Hermano en el libro de Orwell. Sin embargo, no debemos pensar que estamos ante una situación de este tipo, y concluir que todo lo que nos enseñaron de historia argentina es mentira. El hecho de poner en debate la historia del país significa que hay un gran interés por el estudio del devenir de esa sociedad hasta su situación presente; y una preocupación por saber quienes fueron sus protagonistas, tanto personas concretas como sectores sociales.

Winston no llegó a conocer las razones que llevaban a la mutabilidad del pasado en su mundo. Comenzó a escribir su diario, para el futuro, pero con escasa convicción sobre qué interés tendría en ese probable mañana. Aunque ahí está la clave. Cambiar el pasado, vemos, asegura una visión del presente, pero no lo explica. Conocerlo, nos vuelve más inteligible la lógica en la cual nos movemos. Y si comprendemos el presente, se puede cambiar el futuro. O al menos intentarlo, lo cual ya es motivo de inmensa esperanza.

Exequiel

29 diciembre 2006

BOLETERÍAS-QUIOSCO Y PROFESORES CON TAXÍMETRO

El neoliberalismo en el subte y otras formas de avasallar la dignidad del trabajador

Cuatro años atrás había arreglado con una amiga para ir al cine. Ella llegó sobre la hora al encuentro, resulta que esa tarde hubo un paro de subtes. De regreso a mi casa, en el tren me crucé con varios trabajadores del subte que habían participado de las manifestaciones, y no los miré mal ni los culpé de haberme perdido las mejores ubicaciones en la sala. Reclamaban por las seis horas de trabajo para todos los empleados, pues se trata de una tarea insalubre. Me pareció una buena causa, y siempre apoyo este tipo de luchas. Aunque distinta fue la situación cuando pasé recientemente por la estación Bulnes de la línea D. Resulta que la persona encargada de vender los boletos está dentro de un drugstore, y junto con el pasaje despacha golosinas y gaseosas, lo cual hace más lenta su tarea provocando una larga cola. Me molestó esto, se lo dije, aclarándole que no tenía nada en contra de ella. Pero al instante asumí que debía estar tan consciente como yo de que esta modalidad llevó a ahorrarle a la empresa todo un sueldo. A menos que esta empleada cobre el doble, por aquella persona que debería estar atendiendo el quiosco, lo cual es muy poco probable. Aquél que le quita el puesto de trabajo a otro es un carnero. Y esto yo no lo apoyo.

La semana pasada terminé de dar clases. Las tres anteriores fueron una locura, hubo días en que me levanté a las seis de la mañana para volver a mi casa después de medianoche. Algunos alumnos los fui siguiendo desde unos meses atrás, otros volvieron a pedir por mi o los tuve por recomendación de otros que me conocían, y en general tuve chicos muy inteligentes, amables y educados. Hubo una excepción en la anteúltima jornada, una chica que a pocos minutos de comenzar la clase me colmó la paciencia con sus reacciones groseras y decidí dar por terminado todo (no faltó el ¡no entiendo un carajo!, y estuve más de quince minutos sólo para explicarle qué era una meseta). Me sentía muy ofendido por esa demostración de mala educación, pero lo peor recién comenzaba. Ya había pasado por ese lugar, una casa de ropa en realidad, a la hora convenida un par de horas antes. La alumna no había llegado, se arregló un nuevo horario, así que debía cobrarle por ese turno cancelado más la clase que no llegamos a terminar. Ahí comenzó una discusión, pues esta quinceañera no reconocía su error de haber faltado al primer encuentro, y quería pagarme por los minutos que había tenido de clase, haciendo el cálculo como lo hacía con los taxis.

Fue inútil tratar de hacerle entender todo el tiempo que para entonces había perdido con ella. Había dejado de lado otra clase por ir ahí, y en lapso que tuve que esperarla me fui a comer un par de empanadas a plaza Las Heras, en medio de un calor agobiante; sino seguro me hubiera salteado el almuerzo. Pero para ella yo había aprovechado el tiempo en otro trabajo, y no tenía por qué pagarme el viaje o la espera. Tampoco quería entender que yo no estaba a su disposición. Yo estoy haciendo un trabajo, estoy ganándome la vida. Para eso trabajo más de doce horas. Pero para ella era un “servicio”, para eso me había “contratado”. Ante la negativa, simplemente le pregunté por qué tanto lío, si el dinero era de los padres. Me dijo que era su dinero, de su trabajo, a lo cual no tuve más que ser sincero y decirle que ella no trabajaba, que era la hija de los dueños del local de ropa. Las empleadas allí presentes trabajaban, yo estaba trabajando. Ella sólo estaba manejando la caja.

No debí haber discutido con una adolescente de esa edad, pero no me comunicaron con los padres cuando pregunté por ellos. Y luego de un rato descubrí que entre las personas que trabajaban ahí estaba la madre, que se negó a hablar conmigo. Mientras tanto no hizo más que apoyar los argumentos de su hija, incluso con un acto tan descortés como preocuparse porque le estaba usando la línea de teléfono. Una de las empleadas me dio la razón cuando expuse que esa nena era una maleducada. Y seguro también coincidió con mis otros planteos. Ante mi reclamo, recibí nada menos que diez veces menos la cifra que me debían pagar, y enciman me amenazaron con que iban a llamar a la policía. Acepté el dinero y me retiré sólo ante la promesa del dueño del centro de profesores de pagarme el resto, sino no hubiera salido de ahí por más amenaza que quisieran tirarme encima.

No me fui sin antes decirles lo despreciables que eran como personas. Me insultaron de la peor manera que se puede hacer con una persona: decir que mi tiempo y esfuerzo no valen nada, o cuando mucho cuatro pesos. Esa madre tenía la convicción de que su tiempo valía mucho más que el mío, por lo cual ni se tomó la molestia de preguntarme por qué había decidido dar por finalizada la clase abruptamente. En parte tenía razón, ya que en una hora de trabajo seguro gana mucho más de lo que yo puedo llegar a ganar en todo un día. Pero lo que me reconforta es saber que ambos lo tenemos en claro. Yo tengo que ganarme el pan de forma muy dura, y ella no tiene por qué preocuparle eso. No tiene por qué conmoverla este dato, así como no debe sensibilizarla la situación de tantas personas que ni siquiera pueden conseguir un trabajo decente.

Lo que si no puedo perdonar es que pasen por alto mi dignidad como trabajador. Ella tiene dinero, yo no, y esto lleva a una conocida contradicción: la riqueza de unos se basa en la explotación de otros. No puedo dejar de imaginarme cómo deben tratar a los empleados en ese lugar. Yo fui tratado como un embustero, no como alguien que fue a realizar una noble tarea como educador. Estas personas mostraron una gran ignorancia, y no me refiero a que yo pasé por la universidad y ellas no. Estoy hablando del respeto básico hacia toda persona. Si se respeta el trabajo, se está respetando todo lo demás, pues es a través del trabajo que las personas se reproducen como seres humanos.

Trabajando, el hombre se puede considerar un ser digno, pues si trabaja en primer lugar es para satisfacer sus necesidades básicas. Esto siempre lo explico cuando a mis alumnos les marco lo específico del sistema capitalista. ¿Alguien trabaja porque lo amenazan de muerte? No, todos lo hacen por iniciativa propia. Y simplemente porque sino se mueren de hambre. Y si no respetamos el trabajo de las personas, estamos diciendo que esa persona no merece desarrollarse como individuo.

Ya llegó fin de año. Así que, siguiendo con el tema del blog, les deseo paz, pan y trabajo para todos.
¡Hasta el 2007!

Exequiel

30 noviembre 2006

LA SOCIEDAD DELIBERA EN LAS PELUQUERÍAS

¿Por qué tenemos un sistema de salud pública tan precario?

El sábado renové mi look, ya hacía más de siete meses que no iba a la peluquería. No porque me disguste cortarme el cabello, al contrario, descubrí que me siento renovado al salir de cada visita. Y de paso, con mi peluquero del barrio solemos charlar sobre temas cotidianos o que tienen que ver con mis quehaceres. Siempre demuestra ser una persona actualizada y con criterio en muchos temas, y esta última vez descubrí que le tocó hacer la colimba justo durante la guerra de Malvinas. Tenía ganas de preguntarle muchas cosas sobre sus impresiones en ese momento, algo me llegó a revelar, pero también confesó que es un tema que le trae malos recuerdos. Así que seguimos con otras cuestiones. Antes de mi turno, alcancé a escuchar un intercambio de opiniones con otro cliente sobre un tema que preocupa a tantos que utilizamos los hospitales públicos: el estado casi de colapso de la salud estatal.

Quien depende de estos hospitales, sabe las proezas por las que hay que atravesar, como sacar turnos con tres meses de anticipación o pasar la noche y la madrugada en vela para tener uno de los limitados números que se entregan por día. Mínimos no por la cantidad, sino teniendo en cuenta la gran demanda de los pacientes. Las situaciones cambian según el hospital y la especialidad, pero en general no hay diferencias entre lo que sucede en la provincia de Buenos Aires o Capital Federal. Acá no pongo en juego la calidad de los médicos y demás trabajadores de la salud pública. Aunque esta insuficiencia de turnos llevó a que más de una vez me sintiera humillado: no faltó la vez que en guardia ni me miraron por considerar que mi caso no revestía urgencia, o luego de una espera de horas me despacharon con el clásico “tomate esto cada ocho horas”, sin ni siquiera explicarme lo mínimo sobre mi dolencia. “Que pase el que sigue” era la prioridad.

El Hospital de Clínicas es el último que visité, ya hace tiempo, e incluso tenía pensado ir por diversos temas. Tarde ya. Desde la semana pasada se encuentra en huelga, pues su presupuesto no es suficiente para los insumos mínimos ni los sueldos. ¿A qué se debe esta situación? Es interesante escuchar las razones que suelen esgrimirse.

En la charla de la peluquería no faltó el ingrediente “extranjero”. Chilenos y bolivianos realizan “tours de salud”, para todo tipo de operaciones, incluso para tener a sus hijos y luego volver a sus países de origen. Debemos recordar que en Chile la salud no es gratuita como aquí, hay un sistema de distintas clases de coberturas según el ingreso que uno acredite. O sea, cuanto más pobre la persona, menos cobertura. No corroboré el dato sobre los “tours” (parecidos a los de compras), igualmente no creo que sean miles y miles quienes cruzan la cordillera para hacerse atender en Mendoza. También escuché el argumento de que hay muchos inmigrantes, y estos acaparan los hospitales públicos, llevando al colapso o realizándose las operaciones más caras. Ahí me pregunto: ¿A quiénes se dirigen los médicos y los hospitales? ¿Su interlocutor es un paciente, una persona o una sociedad? Algunas veces dudé de cada una de estas opciones. No me trataron como a una persona en más de una ocasión, más que paciente fui un número, y si así tratan a la sociedad, deberían entender que ellos inciden sobre su propio destino.

Con respecto a los “aprovechadores” extranjeros, esta línea de pensamiento obvia un dato fundamental que tiene que ver con el origen de nuestra sociedad actual, y sobre todo la ciudad de Buenos Aires. Argentina cambió notablemente no sólo en cantidad sino en cuanto a estructura a partir de la gran inmigración de fines del siglo XIX y principios del siglo siguiente. De hecho en un momento dos de cada tres habitantes de la ciudad porteña eran inmigrantes. Basta mirar una guía de teléfono para comprobar el origen tan diverso de las personas de este rincón del país. Pero, parece ser, los inmigrantes de esta última etapa (de los países limítrofes, de África y del este asiático) no van a contribuir con el país como lo hicieron en su momento los provenientes de Italia, España, Francia, el Este europeo y el Medio Oriente (nuestros queridos “turcos”). Enciman llenan los hospitales.

La inmigración dio forma a la Argentina moderna, y continúa modelándola. Los inmigrantes, desde entonces, ahora y en el futuro, constituyen una parte esencial de la sociedad local.

Los planteos reaccionarios tienen un buen lugar en los medios, hay canales de televisión y radios enteras que se dedican a difundirlos. No es difícil escuchar su eco en las discusiones de señora de barrio. La “gente” tiene derecho a buscar culpables y quejarse. Lo que me preocupa en todo caso es que todavía no encuentro una reflexión de parte de los responsables de la salud, a una altura acorde a la tarea tan noble y necesaria que llevan adelante. Ya escuché a directores de hospitales utilizar el mismo razonamiento de expuse arriba, aunque más sutil: vienen muchos pacientes de provincia a Capital en vez de hacerse atender en su municipio.

El presupuesto estatal para salud y educación es mínimo, lo que se recauda en impuestos va hacia otro lado. Y los conflictos en los hospitales sirven de argumento para quienes quieren acabar con la salud gratuita, así como la educación también se vio deteriorada en la última década. Estos dos aspectos construyen la dignidad humana. Un ciudadano con educación y con los cuidados necesarios, se constituye en una persona plena. Sino, todo es precario: la salud y formación intelectual de las personas, la sociedad por lo tanto, y las ideas que esta misma sociedad tiene de si misma.

Exequiel

29 octubre 2006

“ELLOS NO VIVEN SINO EN NOSOTROS, Y POR ESO VIVEN TAN POCO”

A dos años de una pérdida

El sábado por la tarde me dediqué a dar un par clases, una de historia y otra de geografía en inglés, mi última innovación. En el medio de los dos alumnos me quedó un hueco de un par de horas, así que me senté a tomar un café y leer en la plaza de la estación Belgrano R. Me quedaba a mitad de camino de mi destino en Núñez, seguí viaje sin apuro, y pasé frente a la casa de fotos de la familia de Carlos Mattioni. Estaba cerrada a esa hora, y no puede evitar cruzar la calle y mirar por la vidriera. Había pasado por allí en varias ocasiones, esto ya lo conté, cuando fui a retirar fotos que con mucha amabilidad me cedió Carlos para mis revistas, o las que él me había tomado con algún músico famoso.

A través del vidrio se ven dos cuadros de sendas fotos muy preciadas por Carlos, una de Paul Stanley, otra de Dimebag Darrell de Pantera. Hay varias de Tarja, los músicos de Megadeth en vivo (una incluye un autografo personalizado) y mezcladas entre las fotos de clientes aparece el propio Carlos. Ahí recordé que en este mes de octubre se cumplieron dos años de su fallecimiento.

Su desaparición fue un evento triste, inesperado, injusto. Por suerte nos quedan de él muy buenos recuerdos, quizás no tantos en mi caso como ahora quisiera. Pero suficientes para que se me humedezcan los ojos. Aunque encontré una certeza al contemplar esas fotos. Ahí estaba su arte, el fruto de su actividad preferida. Ahí estaban sus creaciones, ya inmortales, que todavía se pueden contemplar en las paredes de ese negocio de barrio. En las páginas de algunas revistas humedecidas. En las colecciones personales de algunos privilegiados, que las recibieron casi como un regalo, y ahora las atesoran con celo.

Las personas mueren cuando no dejaron nada de sí en este mundo material. El eco de sus ideas sobre papel o en el acorde de una canción, su mirada del mundo en un dibujo o en una fotografía, las torna eternas. O mueren cuando son olvidadas.

Por eso, como dice Carlos Drummond de Andrade, “viven en nosotros”. Los salvamos del olvido, esa única muerte temible. Completemos la poesía:

“Fuera de nosotros es que tal vez dejaron de vivir, para lo que se llama tiempo. Y esa eternidad negativa no nos desalienta. Poco y mal que ellos vivan, dentro de nosotros, es vida no obstante”.

De seguro, Carlos, no vas a morir tan fácilmente.

Exequiel

31 agosto 2006

LA VIDA SIN FIDEL

Un isla que no se hunde

La noticia de la internación de Fidel Castro fue motivo de todo tipo de especulaciones, y llevó al festejo de los disidentes cubanos y aquellos que siempre tienen a mano razones para justificar su odio hacia el inamovible líder. La historia de Cuba en los últimos 50 años va a la par del Comandante, incluso cuando suelen prepararse documentales sobre su vida, como uno que emitió National Geographic hace un par de años, terminan siendo un recuento de la Revolución Cubana. Uno y otro parecen inseparables. Por esto mismo se formuló inmediatamente la pregunta sobre qué acarrería su muerte, y con qué cambios nos encontraríamos. La Revolución continúa, argumenta el Partido Comunista Cubano; una Cuba libre, esperan los detractores. ¿Libre de qué?

La antinomía igualdad/democracia fue el gran escollo con que se encontraron los Estados capitalistas a comienzos del siglo XX. Suelen identificarse ambos términos, pero la existencia de la democracia no garantiza la igualdad de condiciones para todos sus miembros. De hecho disfraza las diferencias bajo el lema del liberalismo: si todos tienen el derecho de elegir, podrán acceder a la vida digna que ansían. Sólo que en esa carrera por los bienes indispensables (no sólo de mercado, sino asimismo educación y condiciones dignas de vida), la gran mayoría arranca con una gran desventaja. Si es que puede participar. La democracia garantiza la libertad de expresión y los derechos cívicos, pero sigue justificando la dominación de unos pocos sobre muchos, enriqueciendo a aquellos y hundiendo a estos, cada vez más con el paso de cada generación. O sea, tenemos desigualdad, en un marco de libertad y fraternidad. Y también, no olvidemos, propiedad.

La ausencia de una verdadera libertad de expresión y las violaciones a los derechos humanos son los crímenes que se le imputan al régimen cubano. Con respecto a lo último, hay que recordar que hacia 1976 cuando la ONU realizó un informe sobre los derechos humanos en América, el país que demostró más respeto hacia ellos fue Cuba. Mientras que Estados Unidos fue sancionado por violarlos flagrantemente. Ni hablar de Argentina.

Cuba está fuera del tiempo, ese es en realidad su mayor pecado. El gran régimen comunista de la Unión Soviética hace tiempo que cayó, y su sólo fracaso debería haber hecho caer en la cuenta a los cubanos que el capitalismo está destinado a triunfar. Pero como esto no lo entienden tan fácilmente (y continúan apoyando a Castro), hacen falta bloqueos y condenas internacionales encabezadas por Estados Unidos. Cuba reniega de la democracia, por lo que el reino del mal que es el socialismo debe extinguirse con el propio Castro.

No importa que el sistema de salud pública y la educación estén garantizadas para toda la población. Que se puedan formar médicos e ingenieros en cualquier estrato de la población y esté ausente el analfabetismo. Debe haber total libertad de expresión. Justamente para que si un niño se muere de hambre, puedan denunciarlo. Pero los infanticidios ocurrieron en otros puntos del Caribe. Justamente en casi todos los países centroamericanos excepto Cuba.

Sólo es cuestión de revisar la historia reciente de países como El Salvador y Nicaragua, para ver de que destino escapó Cuba. Mientras la Revolución acabó con el sangriento régimen de Batista apoyado por Estados Unidos, en 1959, Somoza en Nicaragua y Romero en El Salvador llevaron a la pobreza a esos países, con el abierto apoyo del país norteamericano. Y lo que es peor, cuando fueron derrocados, Washington se encargó de financiar a los Contras y otros grupos paramilitares, verdaderos escuadrones de la muerte. Se buscaba salvar del comunismo a esos países, por lo cual se realizó el exterminio de miles de personas (13.000 salvadoreños en 1980, por ejemplo), y el consiguiente retraso de sus economías y vida cultural. Cuba mientras tanto le aseguraba una vida digna a sus ciudadanos.

Podemos ver también los casos de Haití (el país más pobre de todo el continente), Guatemala, Honduras, etc. Todos salvados del comunismo, todos ellos envueltos en inestabilidad económica y política durante décadas. Y en todos ellos Estados Unidos intervino apoyando a los contrainsurgentes o a los gobiernos moderados, impidiendo o entorpeciendo a los movimientos radicales, revolucionarios.

Demos vuelta el razonamiento: el comunismo salvó a Cuba de ese mismo destino. ¿Qué nunca se prácticó el verdadero comunismo en Cuba, y sólo es una dictadura? Bien, admitamóslo por el momento. Pero la mayoría de las democracias capitalistas en funcionamiento no logran llegar ni lejos a los resultados de esa Cuba bloqueada y amenazada. Tampoco lo buscan.

Ya pasó el cumpleaños de Fidel, la fecha esperada para su resurgimiento en la vida pública. Puede que nunca más se recupere. Sólo esperamos que esa Revolución eterna (como toda revolución, se conoce el principio pero rara vez su final) continúe con buena parte de sus características. El mismo Kennedy trató de detenerla con una invasión, y poco después toda la isla estuvo a punto de ser barrida del mapa con la crisis de los misiles de 1962. Sus ideales son defenestrados día a día por quienes repiten un discurso oxidado. Aunque cada vez se hace más evidente que el capiltalismo no tiene nada que ofrecerle a Cuba, y si mucho que sacarle, como bien sabemos en un país como Argentina.

En cualquier momento podemos aclamar: ¡Fidel ha muerto! Y a continuación: ¡Viva la Revolución!

Exequiel

04 agosto 2006

ANTES ERAS GUERRILLERO, AHORA SOS BILARDISTA

Por las sendas argentinas una vez marchó el ERP

En la película “El Asadito”, un grupo de amigos se reúnen la noche del 30 de diciembre de 1999, a modo de adelanto de ese festejo de fin de año tan especial. Todos mayores de 40 años, la mayoría de ellos llevaban años sin verse, y los recuerdos que compartían desde hacía ya varias décadas dan forma a una narración de aires cotidianos, filmada con una técnica totalmente despojada de pretensiones. Desde las historietas de comic a romances decisivos, la charla aparentemente vanal acaba reflejando buena parte de las vivencias de todo un país desde la década del ´60. Ese grupo de personas, entre otras revelaciones, desnuda el viraje político, gradual pero claro, desde una generación que creyó y actuó para lograr un cambio radical, a un momento donde las inquietudes de esa misma generación no parecen ser tan pretenciosas.

“Gordo, ¿te acordás cuando Santucho iba a comer asado a tu casa?”, es la pregunta que detona la conclusión incluida como título del post. Tal vez el “gordo” nunca perdió sus convicciones, pero ya no recibe a guerrilleros en su casa. Santucho murió hace treinta años, y hoy en día muchos no tienen idea de qué trataban esas organizaciones político-militares.

El 19 de julio se cumplió el trigésimo aniversario del asesinato del líder del PRT-ERP, el santiagueño Mario Roberto Santucho, y de casualidad encontré en el noticiero de América TV un informe que prometía desentrañar qué pasó con el cuerpo de Santucho. Abatido en un departamento de Villa Marteli cuando ya estaba prácticamente despidiéndose rumbo a Cuba, su cuerpo fue tomado por el ejército y nunca se supo qué fue de él. La investigación no resolvió este enigma, pero sobre todo, a pesar de haber sido dividida en dos emisiones, no llegó a cumplir con la propuesta básica, la de explicar quién era Santucho.

El conductor, Guillermo Andino, utilizó la palabra “terrorista” para referirse a él, equiparándolo así con alguno de los líderes fundamentalistas que abundan hoy en día. Y no sé hizo el mas mínimo recuento de la historia y desarrollo del PRT-ERP, del cual se podía indicar al menos que se trataba de una organización política, de vasta inserción popular, que en un momento tomó la iniciativa armada. A diferencia de la idea que uno tiene de un grupo guerrillero, el PRT no nació con la intención de utilizar la violencia como primera y única alternativa. Aunque ya esta breve aclaración parecía demasiado compleja, o innecesaria en el tono casi sensacionalista con que era presentado el informe.

Seguramente Canal 9 no debe haber hecho la más mínima mención a este tema. Y si bien las intenciones del noticiero que sí se encargó no era la de realizar un balance histórico, con sus omisiones se ubica en la misma línea de condena hacia esos singulares movimientos que tuvieron un fuerte protagonismo en la sociedad de los 60s y 70s en Argentina. ¿Quiénes fueron? ¿Por qué hicieron lo que hicieron? ¿Por qué tantas personas que podían haber llevado una vida “normal” eligieron tomar las armas y sacrificaron su integridad en pos de un objetivo tantas veces calificado de “utópico”? Las preguntas básicas que hasta ahora los medios esquivan, perdiéndose así el inicio de un análisis profundo pendiente. En ciencias sociales el tema se viene planteando cada vez más, no sólo por parte de historiadores y sociólogos sino de sus propios protagonistas, aunque como en tantos otras áreas, el público masivo, “la gente” como gustan definirlo en los noticieros, no puede siquiera acercarse.

La Teoría de los Dos Demonios sigue teniendo una gran fuerza a la hora de formar la opinión pública, inclusive hace poco vi que una legisladora de apellido Guinzburg la invocó a garganta pelada en el Congreso de la Nación para que no olvidemos que “la subversión asesinó a militares”. El rico debate que se abrió con el libro “Nunca Más” a su vez cerró otro igual de necesario al invocar en su introducción esa figura de dos fuerzas que se combatían mutuamente, desencadenando la violencia en el país. Es muy fácil refutar esta idea, por empezar cuando nos referimos a la última dictadura militar estamos ante una violencia estatal de proporciones inauditas, que tuvo antecedentes igual de macabros mucho antes de marzo de 1976. Mientras que los grupos armados guerrilleros se originaron en gran parte como respuesta ante la ilegitimidad de los gobiernos militares que siguieron al golpe de 1955, y se constituyeron en muchos casos como grupos de estudio y discusión ante esta situación. Con una gran inserción y apoyo en fábricas, barrios, ingenios, etc., llegaron a la opción de la lucha armada recién luego de varios años de práctica política, tal el caso del PRT-ERP. Como dato llamativo, encontré episodios tanto dentro del ERP como en las FAL, donde ataques armados fallaron o fueron abortados porque se quería evitar derramamiento de sangre, por ejemplo nunca disparaban contra colimbas.

La situación extrema de censura y ocultamiento de la represión y crímenes se dio durante el Mundial de Fútbol de 1978, el gran evento utilizado como propaganda a favor de la Junta Militar (como respuesta Montoneros lanzó en ese mismo momento toda una serie de incursiones cuyos resultados obviamente fueron omitidos por la prensa). Aunque ahora los métodos de silenciamiento de un tema como el de la guerrilla son más sutiles. Simplemente se evita discutir críticamente el tema.

La consigna de “Liberación o dependencia” movilizó a miles de almas. No muchos años después, la dicotomía era “Bilardo o Menotti”.

Exequiel