29 diciembre 2006

BOLETERÍAS-QUIOSCO Y PROFESORES CON TAXÍMETRO

El neoliberalismo en el subte y otras formas de avasallar la dignidad del trabajador

Cuatro años atrás había arreglado con una amiga para ir al cine. Ella llegó sobre la hora al encuentro, resulta que esa tarde hubo un paro de subtes. De regreso a mi casa, en el tren me crucé con varios trabajadores del subte que habían participado de las manifestaciones, y no los miré mal ni los culpé de haberme perdido las mejores ubicaciones en la sala. Reclamaban por las seis horas de trabajo para todos los empleados, pues se trata de una tarea insalubre. Me pareció una buena causa, y siempre apoyo este tipo de luchas. Aunque distinta fue la situación cuando pasé recientemente por la estación Bulnes de la línea D. Resulta que la persona encargada de vender los boletos está dentro de un drugstore, y junto con el pasaje despacha golosinas y gaseosas, lo cual hace más lenta su tarea provocando una larga cola. Me molestó esto, se lo dije, aclarándole que no tenía nada en contra de ella. Pero al instante asumí que debía estar tan consciente como yo de que esta modalidad llevó a ahorrarle a la empresa todo un sueldo. A menos que esta empleada cobre el doble, por aquella persona que debería estar atendiendo el quiosco, lo cual es muy poco probable. Aquél que le quita el puesto de trabajo a otro es un carnero. Y esto yo no lo apoyo.

La semana pasada terminé de dar clases. Las tres anteriores fueron una locura, hubo días en que me levanté a las seis de la mañana para volver a mi casa después de medianoche. Algunos alumnos los fui siguiendo desde unos meses atrás, otros volvieron a pedir por mi o los tuve por recomendación de otros que me conocían, y en general tuve chicos muy inteligentes, amables y educados. Hubo una excepción en la anteúltima jornada, una chica que a pocos minutos de comenzar la clase me colmó la paciencia con sus reacciones groseras y decidí dar por terminado todo (no faltó el ¡no entiendo un carajo!, y estuve más de quince minutos sólo para explicarle qué era una meseta). Me sentía muy ofendido por esa demostración de mala educación, pero lo peor recién comenzaba. Ya había pasado por ese lugar, una casa de ropa en realidad, a la hora convenida un par de horas antes. La alumna no había llegado, se arregló un nuevo horario, así que debía cobrarle por ese turno cancelado más la clase que no llegamos a terminar. Ahí comenzó una discusión, pues esta quinceañera no reconocía su error de haber faltado al primer encuentro, y quería pagarme por los minutos que había tenido de clase, haciendo el cálculo como lo hacía con los taxis.

Fue inútil tratar de hacerle entender todo el tiempo que para entonces había perdido con ella. Había dejado de lado otra clase por ir ahí, y en lapso que tuve que esperarla me fui a comer un par de empanadas a plaza Las Heras, en medio de un calor agobiante; sino seguro me hubiera salteado el almuerzo. Pero para ella yo había aprovechado el tiempo en otro trabajo, y no tenía por qué pagarme el viaje o la espera. Tampoco quería entender que yo no estaba a su disposición. Yo estoy haciendo un trabajo, estoy ganándome la vida. Para eso trabajo más de doce horas. Pero para ella era un “servicio”, para eso me había “contratado”. Ante la negativa, simplemente le pregunté por qué tanto lío, si el dinero era de los padres. Me dijo que era su dinero, de su trabajo, a lo cual no tuve más que ser sincero y decirle que ella no trabajaba, que era la hija de los dueños del local de ropa. Las empleadas allí presentes trabajaban, yo estaba trabajando. Ella sólo estaba manejando la caja.

No debí haber discutido con una adolescente de esa edad, pero no me comunicaron con los padres cuando pregunté por ellos. Y luego de un rato descubrí que entre las personas que trabajaban ahí estaba la madre, que se negó a hablar conmigo. Mientras tanto no hizo más que apoyar los argumentos de su hija, incluso con un acto tan descortés como preocuparse porque le estaba usando la línea de teléfono. Una de las empleadas me dio la razón cuando expuse que esa nena era una maleducada. Y seguro también coincidió con mis otros planteos. Ante mi reclamo, recibí nada menos que diez veces menos la cifra que me debían pagar, y enciman me amenazaron con que iban a llamar a la policía. Acepté el dinero y me retiré sólo ante la promesa del dueño del centro de profesores de pagarme el resto, sino no hubiera salido de ahí por más amenaza que quisieran tirarme encima.

No me fui sin antes decirles lo despreciables que eran como personas. Me insultaron de la peor manera que se puede hacer con una persona: decir que mi tiempo y esfuerzo no valen nada, o cuando mucho cuatro pesos. Esa madre tenía la convicción de que su tiempo valía mucho más que el mío, por lo cual ni se tomó la molestia de preguntarme por qué había decidido dar por finalizada la clase abruptamente. En parte tenía razón, ya que en una hora de trabajo seguro gana mucho más de lo que yo puedo llegar a ganar en todo un día. Pero lo que me reconforta es saber que ambos lo tenemos en claro. Yo tengo que ganarme el pan de forma muy dura, y ella no tiene por qué preocuparle eso. No tiene por qué conmoverla este dato, así como no debe sensibilizarla la situación de tantas personas que ni siquiera pueden conseguir un trabajo decente.

Lo que si no puedo perdonar es que pasen por alto mi dignidad como trabajador. Ella tiene dinero, yo no, y esto lleva a una conocida contradicción: la riqueza de unos se basa en la explotación de otros. No puedo dejar de imaginarme cómo deben tratar a los empleados en ese lugar. Yo fui tratado como un embustero, no como alguien que fue a realizar una noble tarea como educador. Estas personas mostraron una gran ignorancia, y no me refiero a que yo pasé por la universidad y ellas no. Estoy hablando del respeto básico hacia toda persona. Si se respeta el trabajo, se está respetando todo lo demás, pues es a través del trabajo que las personas se reproducen como seres humanos.

Trabajando, el hombre se puede considerar un ser digno, pues si trabaja en primer lugar es para satisfacer sus necesidades básicas. Esto siempre lo explico cuando a mis alumnos les marco lo específico del sistema capitalista. ¿Alguien trabaja porque lo amenazan de muerte? No, todos lo hacen por iniciativa propia. Y simplemente porque sino se mueren de hambre. Y si no respetamos el trabajo de las personas, estamos diciendo que esa persona no merece desarrollarse como individuo.

Ya llegó fin de año. Así que, siguiendo con el tema del blog, les deseo paz, pan y trabajo para todos.
¡Hasta el 2007!

Exequiel