11 marzo 2009

EL ÁNGEL DE LA HISTORIA

Millones de millones y una tempestad llamada progreso

No hace mucho tiempo, mientras traducía unos artículos sobre economía de la India, me encontré con que no sabía como escribir cifras en billones (un billón equivale a mil millones según se estila en los países de habla inglesa, un millón de millones para nuestro idioma). Al parecer nunca lo había hecho, dudé sobre si debía hacerlo sólo en números o combinándolos con letras. Aunque sobre todo, me costaba darme una idea de tal cantidad, sea en dólares, sea en toneladas, o cantidad de habitantes. Es mucho. Mucho dinero, mucho esfuerzo, puesto por mucha gente que trabajó duro. Muy duro. Y que vive bajo el límite de la pobreza. En condiciones que no nos imaginamos, y sobre todo, en una magnitud casi incomprensible. Son cientos de millones (un dato: según informes de la ONU, existen más de 700 millones de pobres viviendo en las zonas rurales de la India). Y ya sean miles o millones de millones, llega un momento en que observar cifras pierde sentido. Pues estas cifras con tantos ceros sirven asimismo para referirse a las ganancias anuales de la gran potencia que hoy en día es India, de donde además surgió una empresaria que fue nombrada como la más poderosa de 2006. Un gran país en crecimiento, con una notable desigualdad en su interior. Polarización, como lo llaman en la actualidad, la misma que podemos contemplar a la vuelta de la esquina.


La idea de progreso caló tan fuerte en la modernidad occidental, que toma décadas para que la humanidad se atreva, en acotadas problemáticas, a dudar de esa creencia que promete su recompensa en el mismo infinito. No fue hace mucho que el hombre aprendió que debía anteponer la supervivencia de su planeta y de los demás seres vivos que lo comparten al fin incuestionable del desarrollo científico y tecnológico. El progreso era como una nave que se alimentaba de sus propios pasajeros. Debía continuar hacia delante, no importaba el costo, por más que el bienestar moral y espiritual estuvieran originalmente en la lista de principios rectores. Si bien demasiado tarde, se concluyó que la vida en la Tierra peligraba durante el empecinado avance. Y ballenas y osos pandas salvaron su vida. Pero aún está costando reconocer que este recorrido no puede continuar consumiendo la dignidad de una gran mayoría, que sufre por la felicidad de tan pocos.

Ya no hay países ricos ni países pobres. En todos se observa ese gran contraste, donde por las avenidas circulan autos y camionetas que valen lo mismo que una casa, mientras cientos de miles de personas utilizan cartones como vivienda. No es una situación nueva, pero lo preocupante es la naturalidad con que se acepta este cuadro que se repite en Buenos Aires, São Paulo, Bombay o New York. Tantos siglos de avance ininterrumpido, y apenas nos escandaliza ver a seres humanos comiendo de la basura. Se salvan de la quiebra bancos y multinacionales con aportes en billones de dólares, cuando con ínfimos porcentajes de esas fortunas se le otorgaría una vida digna a quienes ya no tienen chance alguna de revertir su situación. Pero el objetivo es macro: salvar un sistema. De la misma manera, la economía de India no para de crecer; no importan las consecuencias.

La ideología del progreso ya fue puesta en cuestión hace más de un siglo, y sobre todo con las guerras mundiales del siglo XX. Walter Benjamin, quien vivió el horror de ambas, nos dejó en “La dialéctica en suspenso” una inmejorable imagen de ese progreso que viene arrasando con las expectativas de un verdadero mundo mejor. Esta descripción es tan conmovedora, pero sobre todo tan actual, que podríamos caer en la errada conclusión que es atemporal. La historia siguió su curso desde entonces, el capitalismo justificó conflictos mayores y atravesó nuevas crisis, las cuales se vienen apaciguando con el sufrimiento de millones de personas. En una escala sin precedentes, el progreso se devora nuestros sueños. Antes que paralizarnos por el temor hacia nuevas calamidades, dejemos que el arte nos aporte un marco de racionalidad.

“Hay un cuadro de [Paul] Klee que se llama Angelus Novus. En él está representado un ángel que aparece como si estuviese a punto de alejarse de algo que mira atónitamente. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, abierta su boca, las alas tendidas. El ángel de la historia ha de tener ese aspecto. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros nos aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado. Pero una tempestad sopla desde el Paraíso, que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Esta tempestad la arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Esta tempestad es lo que llamamos progreso”.