08 enero 2007

“1984”, TRECE AÑOS DESPUÉS

La lucha por el pasado, el interés por el futuro

Los kioscos de diarios y revistas de Buenos Aires son muy tentadores. No me refiero a las publicaciones para adultos que ganaron las mejores ubicaciones, con sus provocativas modelos al frente. Uno puede encontrar enciclopedias de arte y de historia antigua, colecciones de CDs de jazz y blues, libros sobre intelectuales de izquierda (si bien me decepcionó el volumen que compré dedicado a Santucho) y revistas especializadas en diversos temas históricos, sociales y periodísticos, además de las habituales de divulgación. No faltan los “clásicos”, a precios menores de $ 10, y el mes pasado me puse a revolver entre surtidos títulos para llevarme “1984”, de George Orwell. Lo había leído, prestado por un amigo, una década y pico atrás, y unos años después fui enterándome de algunas cuestiones que explican el propósito con que fue escrito.

En ese entonces no estaba al tanto del Estado totalitario soviético bajo Stalin, al menos de los elementos puntuales que parodia “1984”. El objetivo político de Orwell era advertir sobre la calamidad que representaba una dictadura como la de la Unión Soviética en esa etapa, que llevó a la muerte de millones de personas, traicionando los más dignos ideales. Tampoco identifiqué al personaje de Goldstein con Trotsky, ni conocía en detalle los avatares y el rumbo que había tomado la Revolución Rusa desde 1917 sobre los cuales se basa el relato. Aunque si me habían impresionado algunas cuestiones que desde joven invariablemente me siguen conmoviendo. La censura y la falta de expresión, hasta llegar al aniquilamiento del pensamiento propio, y el control permanente de toda actividad por parte de las instituciones del Estado. La historia del libro me pareció una profética metáfora sobre el rumbo que toma un mundo donde la vigilancia continua y la persecución son posibles. Y el otro aspecto que me llamó la atención es la manera en que mostraba como se puede reescribir la historia, para beneficio de la clase gobernante.

El pasado de “1984” había sido alterado, y continuamente se lo manipulaba: “Bien podía ocurrir que todos los libros de historia fueran una pura fantasía”. El protagonista, Winston Smith, tiene la certeza de que la historia que le cuentan es una falsedad total, por más que no recuerde su propia infancia. Sabe que los documentos que podrían atestiguar ese pasado van a parar al “agujero de la memoria”, donde son incinerados, para ser reemplazados por otros, y estos mismos a su vez serán rehechos en algún momento, una y otra vez. Este dominio para falsificar el pasado intriga intensamente a Winston, quien busca la razón última de esa incesante tarea: “Comprendo CÓMO: no comprendo POR QUÉ”, escribe en su diario.

Al comenzar mi carrera, esta operación del control de la historia se me apareció de forma evidente en muchos ejemplos. Pero no hace falta estudiar historia en la universidad para inquietarse con esta posibilidad, como bien lo demuestra las preguntas que surgen últimamente entre lectores no especializados, en especial acerca de historia argentina. Autores dedicados a un público más amplio (por otra parte, mirados con poco entusiasmo por el sector académico), plantan dudas en sus obras acerca de lo que solían ser verdades inamovibles. Se reivindican a personajes históricos relegados y se cuestionan a los próceres del panteón nacional, en una siempre bienvenida preocupación sobre los orígenes de nuestra sociedad.

En realidad todavía no leí a Pigna, aunque algunas de los planteos que le conozco me parecen interesantes, a Lanata lo prefiero hablando de otros temas, mientras que Pacho O´Donnel me parece pueril. De todos modos en algunos aspectos no están tan lejos de otros autores con los cuales sí estoy familiarizados, y que se hacen preguntas que cuestionan a la historia tradicional diseñada por Mitre, tantas veces repetida en las escuelas. Generan interrogantes cruciales sobre nuestro pasado, pues las respuestas pueden dar una nueva consistencia a ese suelo que nos parecía tan firme. Por ejemplo: ¿Qué lugar ocupan los sectores populares y subalternos desde la época colonial? ¿Los sectores conservadores se vieron amenazados desde el inicio mismo de la Revolución De Mayo por propuestas radicales, realmente revolucionarias, si bien lograron exocizarlas a tiempo? ¿El siglo XX vio una constante lucha en contra del modelo hegemónico cultural y político imperante en cada una de sus diferentes etapas? Una Historia Argentina con estos antecedentes lleva a que los movimientos populares actuales sean una lógica consecuencia y continuación de los anteriores. Si esto fuera así, los ideólogos de derecha (tan obvios a veces, levemente camuflados en otras ocasiones) se verían en problemas. No podrían sustentar su discurso donde la inmovilidad es la constante y se apela a un orden que nunca pudo consolidarse en realidad, o necesitó de grandes esfuerzos para imponerse. Así es, la historia es una herramienta política.

El mundo de “1984” nos muestra un manejo extremo de la historia. En el caso soviético, Stalin manipuló fotos y otros documentos, para reconstruir a conveniencia su rol en la Revolución, tal como lo hace El Gran Hermano en el libro de Orwell. Sin embargo, no debemos pensar que estamos ante una situación de este tipo, y concluir que todo lo que nos enseñaron de historia argentina es mentira. El hecho de poner en debate la historia del país significa que hay un gran interés por el estudio del devenir de esa sociedad hasta su situación presente; y una preocupación por saber quienes fueron sus protagonistas, tanto personas concretas como sectores sociales.

Winston no llegó a conocer las razones que llevaban a la mutabilidad del pasado en su mundo. Comenzó a escribir su diario, para el futuro, pero con escasa convicción sobre qué interés tendría en ese probable mañana. Aunque ahí está la clave. Cambiar el pasado, vemos, asegura una visión del presente, pero no lo explica. Conocerlo, nos vuelve más inteligible la lógica en la cual nos movemos. Y si comprendemos el presente, se puede cambiar el futuro. O al menos intentarlo, lo cual ya es motivo de inmensa esperanza.

Exequiel

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